Me gusta mucho la expresión de que todos somos olas yendo y viniendo de un mismo océano de consciencia. Cada ola en cuanto a forma es diferente, pero su contenido es el mismo. Y por mucho tiempo me estuve cuestionando si mi forma (de vivir) era suficientemente espiritual o no. Fue realmente agotador llevar a juicio mental cada una de las actividades que realizaba desde que me levantaba hasta que me iba a dormir cada día de la semana. Pero además de agotador, fue un punto de partida en el inicio de un camino de mayor transcendencia para mi experiencia personal. Lo defino como transcendente porque se ha vuelto un poco más vivencial por encima de lo intelectual. Y en este camino he percibido que la espiritualidad no tiene profesión, religión, estado civil, o preferencias. Y aquí va otra de mis expresiones favoritas: somos seres espirituales viviendo una experiencia humana, es decir, no hay forma de que no seamos lo que ya somos.
Es lo que es.
Las actividades del hacer son una expresión de nuestro contenido vivencial que se ha acumulado a través de dicha experiencia humana, este se ira modificando o no tras vayamos experimentando ciertas situaciones o no. Lo curioso es que, desde mi punto de vista, tras vamos teniendo la oportunidad de prestar atención y estar despiertos a lo que estamos viviendo ahora, estos haceres pueden ir cambiando y tornándose hacia el mundo exterior como más significativos o llenos de propósito. Pero volvemos a lo mismo, esto es a juicio de nuestras mentes. La realidad sigue siendo la misma, no podemos escapar de lo que somos. No podemos escapar de nosotros. No podemos no ser el océano y parte de él. Sea que estemos en los pies del Himalaya sentados con piernas cruzadas meditando o que estemos en un vehículo en el centro de una ciudad andando.
Como vivamos nuestra espiritualidad es lo que en realidad influye en nuestros haceres y no-haceres. Y esto es íntimo y personal. En mi caso, darle cada vez más importancia, atención y dedicación a mi vida espiritual me ha traído una vivencia humana diferente a la que había experimentado anteriormente. Si la tengo que definir en palabras, podría decir que ahora tengo un anclaje interno desde donde vivo más en armonía conmigo misma y con mi alrededor. Desde donde vivo todas las emociones sin escapar de ninguna, con más espacio y sobre todo esperanza, esperanza de que cada vez que me encuentro en estado de angustia, estrés o preocupación, tengo a mi disposición anclarme a la vida que está dentro de mí, y como ola iré regresando lentamente al océano del que, en realidad, nunca me voy, esté atenta o no.